martes, 10 de septiembre de 2019

¿Arde la Amazonía? Interesante artículo de Manuel Coma (prof. de Mundo actual de la UNED)

Publicado en el periódico La razón
Domingo 1 de septiembre de 2019
Tribuna

¿Produce la Amazonía el 20% de todo el oxígeno que se respira en el mundo, como han twiteado Cristiano Ronaldo y Macron? No, el 6%. ¿Es el pulmón del mundo, como han proclamado con escándalo con escándalo, temor y temblor, los medios, con insistencia y casi unanimidad, en los diez o doce últimos das? No, porque consume aproxi­madamente lo mismo que produce o quizás algo mas ¿Está retrocediendo alarmantemente la masa foliar del mundo, de la que depende la fotosíntesis, que libera dos átomos de oxigeno del CO2, capta el carbono y transforma en energía química la energía aportada por los fotones, producidos por enormes explosiones nucleares a ciento cincuenta millones de kilómetros, en el sol? No, se está expandiendo. Según una investigación publicada por la muy seria revista científica Nature, desde 1982 hasta 2016 lo ha hecho en una superficie de 2.24 millones de kilómetros cuadrados, equivalente a casi cuatro España y media. Mientras el bosque retrocede en los trópicos, crecen en otras latitudes. Estos datos han trastocado lo que constituía la certeza científica hasta ese momento, como es normal en el proceso del desarrollo de la ciencia y como seguirá sucediendo en el futuro, destru­yendo errores y enriqueciendo nuestros conocimientos y asentándolos sobre bases mas solidas. 
La histeria mediática de los últimos días ha mezclado datos con fantasías y ha avalado datos ambiguos, dudosos y contradictorios, no contrastados, difíciles de adquirir y difíciles, muchas veces imposibles, de discernir, en un clima de preocupaciones muy serias y muy legítimas por la salud del planeta y la preservación de patrimonios biológicos de alcance mundial, irreversibles, una vez que se han perdido, como lo es, por ejemplo, la fabulosa diversidad biológica de la Amazonía, todo ello envuelto en intereses, que pueden ser turbios o perfectamente razonables, y or­todoxias ideológicas que crean entusiásticas lealtades y hostiles recelos. 
De esta baraúnda podemos llegar a algunas conclusiones matizadas y provisionales, basándonos en los consensos públicos entre los organismos científicos mas fiables, de orientaciones incluso contrapuestas y los especialistas mas acreditados. Este año ha aumentado el número de incendios sobre el del año pasado, hasta el 70 u 80% se ha dicho, pero solo un 7% sobre la media de los diez últimos y muy por debajo de los peores años del siglo, cuya culpabilidad nunca fue atribuida a Lula y su gobierno, sino a la sequía, por en­tonces muy intensa y que este año ha vuelto a ser grave. En medios internacionales importantes se han publicado fotos falaces, que se han hecho virales en internet, que ni eran de la Amazonía ni de este año, ni siquiera de esta década. O declaraciones de una líder indígena que no tenia nada que ver con la región. 
Los incendios son difíciles de contabilizar. Se utiliza la fotografía espacial, pero lo que se ve es el humo, mucho mas difundido que los focos de ignición, y que los vientos pueden mezclar en una masa única sobre grandes extensiones. En los años «buenos» los incendios de la capa baja de vegetación quedan tapados por las altas.copas, no se ven y no pueden ser contabilizados, lo que falsea las comparaciones.
La mayor parte de los incendios tienen lugar en la peri­feria de la selva, en terrenos desforestados hace ya mas o menos tiempo, para destinarlos a pastos y agricultura. La quema se hace controladamente, para librase de las malas hierbas y plagas y dejar el campo abonado para la próxima temporada. Es una practica generalizada por todo el mundo en las zonas tropicales. Los incendios en el interior de la masa arbórea no se pueden atribuir a esos intereses agro­pecuarios. En general no hay manera de saber cuando son espontáneos y cuando provocados. No se puede olvidar que los fuegos forestales son un hecho completamente natural y no siempre negativo. Con una razón imposible de calibrar, los ecologistas y defensores de los indígenas no dudan en atribuirles intenciones criminales: un amenazador aviso a las comunidades indígenas para que no obstaculicen los intereses económicos en juego. 
Las pasiones políticas han ocupado el primer plano de la alarma y la polémica. Bolsonaro, que tiene la lengua muy suelta y parece querer emular a Trump, ya prometió en su campaña electoral promover el desarrollo por encima de la conservación y los interesas agropecuarios se sienten muy amparados por el nuevo gobierno, que ha desmantelado organismos y medios de protección de la Amazonía, que no habian sido hasta ahora muy eficaces, pero que representan una barrera potencial y una fuente de conocimiento de la a menudo opaca realidad. En las circunstancias actuales ha hecho declaraciones estridentes, de un nacionalismo del tipo «lo que a mi me de la gana», sobre algo en lo que se sienten hondamente afectados grandes sectores del resto de la humanidad. Se ha visto acosado por la turbamulta de exageraciones y falsedades que se han vertido en estos días. El apolíneo Macron ha estado provocativo, incluso insul­tante, respecto al brasileño, saltándose todos los protocolos diplomáticos. En Brasil se sospecha aviesos intereses económicos galos: boicotear un acuerdo de la Unión Europea con Mercosur en el que el sector primario francés ve lesionados privilegios proteccionistas. Bolsonaro ha podido medir la intensidad de las reacciones internacionales que provoca la cuestión, la_hostilidad que sus posiciones suscita y el costo de una actitud desdeñosa respecto a las inquietudes ajenas. Lula nunca fue tratado así. En Bolivia, que aloja una parte de la Amazonía sometida a la misma plaga del fuego, Evo no ha sido ni mencionado. Los incendios de California también recibieron un trato muy diferente. El líder carioca parece estar tomando nota. 

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